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La inversión de impacto, según la Global Impact Investing Network (GIIN), se define como una inversión realizada con la intención de generar impacto social y medioambiental a la vez que generar rendimiento financiero. Este tipo de inversión se considera una de las clases de inversión más avanzadas, ya que busca la generación de retorno económico, social o ambiental al mismo tiempo.

Cada vez hay más consumidores que cuando compran yogures, ropa, verdura o cerveza, escogen el producto no sólo en función de la calidad y el precio, sino también del impacto social y medioambiental que se genera durante el ciclo de vida de dicho producto –el proceso de producción, el consumo y el potencial reciclado–. Así como pasamos de unas razones “funcionales” de compra de producto o servicio a otras “emocionales”, estamos entrando en una nueva ola de motivos de compra e inversión: conocer el impacto social y medioambiental que generan.

Preguntas como: ¿Qué haces tú para contribuir al cumplimiento de alguno (s) de los 17 objetivos de desarrollo sostenible? ¿Qué aporta a la Sociedad la empresa que fabrica este producto, o sólo piensa en su propio beneficio? ¿Qué medidas de protección ambiental toma esta fábrica recién construida? Este Banco, ¿invierte en armamento para obtener pingües beneficios?…

Leo en El Periódico del pasado 22 de febrero que La RSC (responsabilidad social corporativa) ha quedado substituida por la inversión de impacto, y el profesor de IESE Fabrizio Ferraro escribe que los nuevos actores no solo atraen cantidades importantes de capital y lo invierten en empresas nuevas con potencial de impacto, sino que también están contribuyendo a un cambio de mentalidad quizás aún más importante: aceptar el impacto como tercera dimensión de la inversión, además de la optimización de riesgo y retorno acorde al perfil del inversor.

La inversión de impacto está de moda. En España, en 2020 los actores que gestionan capital para la inversión de impacto sumaban 2.378 millones de euros de activos bajo gestión, comparado con poco más de 90 millones en 2019 (Spain NAB). En el mundo, la inversión de impacto alcanzaba los 715.000 millones en 2020 (GIIN).

En La Vanguardia escriben sobre el evento Barcelona Tribuna el 22 de abril. El también profesor Angel Castiñeira (ESADE) dice que hay un cambio de paradigma: se ha avanzado en prosperidad, pero ha aumentado la desigualdad. Venimos de un mundo donde el capital social y natural salía gratis a las empresas. Desde el Esade Center for Social Impact estudiaron la situación del emprendimiento social en Europa, coordinado por Euclid Network (European Social Enterprise Monitor). El estudio demuestra que distintos tipos de empresas sociales están incorporando cada vez más la medición del impacto que generan: tres cuartas partes lo miden con regularidad y un 27% utiliza certificaciones como la de B Corp o las de comercio justo. Lo interesante es que esta práctica de medición del impacto social forme parte de un proceso de aprendizaje sobre qué enfoques funcionan mejor que otros, de manera que las organizaciones puedan centrar sus operaciones en aquellos ámbitos con mayor impacto.

Se ha hecho también famosa la carta que escribe cada año Larry Fink, máximo responsable del gigante financiero BlackRock, a las empresas en las que invierte, donde les pide que creen valor no sólo para los accionistas, sino para todos los grupos de interés, y que formen parte activa en la transición hacia modelos empresariales más sostenibles.

Los profesionales del Marketing y los responsables de la estrategia en las empresas deberán tener en cuenta estos cambios en la Conducta de Consumidores e Inversores, pues cada vez más estos preguntarán qué hace esa Marca por ayudar a crear una sociedad más justa y un planeta más sostenible.

Jose Manuel Casasnovas Roldós. Consejero Delegado de Roldós Media.